De yo

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Uamera, chilanga, hostil, emocionalmente inestable, buscadora de ilusiones, cursi a veces...

domingo, julio 26, 2009

triste (con final tipo "y ya")

No supo qué hacer, no podía moverse. Se quedó parado ahí, en la entrada del motel, hasta que comenzó a llover. La lluvia lo puso infinitamente triste pero por alguna razón también le dio fuerzas para alejarse del lugar y llegar a su casa. Se acostó en la cama, dejó que su perro subiera y se echara junto a él, lo abrazó y lloró toda la noche, hasta que se quedó sin lágrimas y por el cansancio se cayó dormido.

Al día siguiente desayunó y se bañó. Se puso unos pantalones de mezclilla gastados y una camiseta negra y miró en el espejo sus ojos hinchados por el llanto de la noche anterior. Decidió dejar de pensar en ella, seguir con su vida sin recordarla, hacer como si nada hubiera pasado. No era posible que después de sólo una noche se instalara como si nada en su cabeza. Tomó las llaves de su auto y salió.

Llegó a la universidad y dio su conferencia. Cuando terminó lo ovacionaron de pie, durante varios minutos. Se sintió menos triste al darse cuenta de que estos chicos de universidad pública sí lo escuchaban y hasta lo apreciaban.

Salió de la sala y saludó de mano a varios estudiantes que alabaron su obra y emocionados le pedían autógrafos. Firmó libros y recibió los teléfonos de varias jovencitas atrevidas que le dirigían miradas coquetas. Pero él seguía triste, pensando en ella.

De pronto lo decidió. Como pudo se desafanó de la situación y corrió a su auto. Manejó hasta la calle donde estaba el bar, pero estaba cerrado. Era demasiado temprano. Al lado del bar vio una cocina económica, y entró para tomar algo. Sin pensarlo pidió unas enchiladas y preguntó a qué hora abrían el bar. –Uy, no, joven. Nomás lo abren los miércoles y los viernes-.

-Maldita sea –dijo en voz muy alta, para su propia sorpresa. Era jueves. Resignado, comió con gusto las enchiladas, bastante picosas, y se fue a su casa. Llegó y se acostó, pero no pudo dormir, estaba demasiado ansioso. De pronto sonó el teléfono. No podía ser ella, pero contestó deseando que así fuera. Se disculpó con su editor, al que había dejado plantado, inventando que había tenido un pequeño accidente. La verdad por pensar en ella no se había acordado siquiera de sus compromisos. No le importó, siguió acostado ahí mirando la ventana que tenía enfrente, recordando a la mujer que había conocido el día anterior.

En la madrugada se quedó dormido sin darse cuenta. Cuando despertó recordó que el mesero no respondió a qué hora abrían. Se dio una ducha express y antes de salir despavorido llenó los platones del perro con agua y croquetas.

Cuando llegó, el bar ya estaba abierto. Entró. Un tipo que parecía un ropero barría y bajaba las sillas de las mesas. Ella no estaba, de hecho, era el primero en entrar. Se sentó en una de las mesas desde donde se podía ver la barra, por si llegaba.

Y así fue: un par de horas después, cruzó la entrada. Intercambió algunas palabras con el tipo que antes barría, y se dirigió a la barra, para sentarse en el mismo lugar en que la vio por primera vez.

Se acercó con cautela, sin que ella se diera cuenta. Se sentó a su lado y pidió una cerveza. No tuvo el valor de hablarle. Se quedó ahí, triste, mirándola por el reflejo del espejo que tenían delante, pensando en algo inteligente qué decirle. Ella, con la mirada perdida en el vaso, igual que antes, dijo: -¿No recuerdas lo que dije? –y con tono tenso, aún sin mirarlo, frunciendo el ceño, agregó: -¡Te pedí que no vinieras! ¿Qué chingados quieres?

-Lo siento, no pude evitarlo… es que… no puedo dejar de pensar en ti…

-No chingues, pero si me conociste el miércoles. Apenas es viernes y ya resulta que no puedes vivir sin mi tristeza. Carajo, pinches hombres. ¿Qué quieres? ¿Ir al motel? Porque la neta no tengo ganas de coger hoy, búscate otra, aunque no esté tan triste, aquí hay un chingo. Además no estás tan feo como para no conseguir algo decente.

-Chale… no es eso… yo… no es que no pueda vivir sin ti, yo no dije eso. -Con más seguridad, siguió: -No, definitivamente no es eso. Claro que puedo vivir sin ti. Sólo no quiero hacerlo. Quiero saber tu nombre, conocerte, saber tu color favorito, la música que escuchas, de dónde vienes, a dónde vas, por qué eres así… ¿Qué te ocurre? ¿Alguien te lastimó?

-Qué te importa, déjame en paz.

-No, en serio, no me voy a ir sin ti. Esto es real. Habla conmigo, soy una persona de fiar.

Ella rió tan estrepitosamente que los voltearon a ver: -De fiar, sí cómo no, no seas ridículo. No me vas a hacer pendeja. Seguro con esa lengua engañas a muchas mujeres, pero a mí no. Además, aunque te creyera, luego no sabrías qué hacer conmigo.

-Eso no lo puedes saber. Yo sé que tal vez si nos conocemos nos daremos cuenta de que no somos lo que esperamos. Pero quiero averiguarlo. Quiero saber, quiero…

-¿Qué, qué quieres? A ver, cámara, me voy contigo. –dijo mientras se levantaba. -¿A dónde?

Él, sin dudarlo, se levantó de la silla, la tomó del brazo y la condujo a la salida. El hombre grande como ropero los interceptó. – ¿A dónde, Chabela?

-No te preocupes, Poncho, voy a dar una vuelta, seguro que en un rato regreso.

-Cámara, cualquier cosa me llamas. Y tú, cabrón, más te vale que la cuides, o te las verás conmigo, y con unos cuates, además.

Emiliano miró y escuchó todo como si no estuviera ahí. Tenía miedo. ¿En qué se estaría metiendo?

La condujo al auto y la llevó a su casa. Entraron y los recibió ladrando el perro.

-Cállate, pinche Lino, ella es Isabel, no le ladres.

Isabel reía, divertida con el perro inmenso que no dejaba de gruñirle cuando no ladraba. –Pasa, siéntate. ¿Quieres una copa?

-No, gracias, mejor agua. ¿Cuál es tu plan? ¿Qué vamos a hacer?

-La verdad no lo sé. Es temprano, ¿quieres salir?... ¿Quieres ir al cine?... O… ¿por un café?... ¿A bailar?... ¿Qué te gusta?... ¿Qué haces los viernes?... ¿Qué quieres hacer?

-Los viernes voy al bar. Ahí me quedo hasta que Poncho me da un aventón a mi casa. No está tan lejos, por si me harto de ti, o de tu perro. Pero pues… no sé, podemos quedarnos aquí, la verdad no tengo ganas de estar en ningún sitio ni hacer absolutamente nada. ¿Puedo acostarme en tu cama?

-Claro, ¿necesitas algo? ¿Quieres que te preste algo más cómodo para estar acostada? ¿Una playera o algo?

Ella asintió. Emiliano se levantó para llevarla a la habitación, indicándole en el camino dónde estaba todo lo demás. Le dio una camiseta negra de monstruitos, con letras grandes que decían: Iron Maiden. –¿Te gusta el metal? –preguntó ella. Sonrió, -a mí también.

-¿Me puedo acostar contigo?

-Claro, es tu casa, y estoy en ella. Puedes hacer absolutamente lo que quieras conmigo. Aunque preferiría que sólo me abrazaras.

Se quedaron acostados el resto de la tarde, callados, mirándose de vez en cuando; al anochecer durmieron, y al día siguiente, cuando Emiliano despertó, ella ya no estaba.

La buscó por toda la casa, salió y gritó su nombre. Miró aterrado el garaje vacío. Había robado su auto y se había largado. Pero no podía pensar mal de ella. No podía insultarla. Sólo se puso otra vez muy triste. Entró a la casa y se recostó en el sillón; Lino se acercó y le lamió la cara, mojada y salada; unos segundos después corrió como poseído hacia la puerta y comenzó a ladrar frenéticamente.

Escucharon el ruido de un auto estacionándose y Emiliano temió lo peor, que los amigos de Isabel vinieran a madreárselo. Pero no. Era ella, con una maleta. –Perdón, estabas tan dormido que no quise despertarte. Pero necesitaba unas cosas de mi casa. Ahora sí soy toda tuya. Me voy a quedar aquí hasta que te hartes de mí y me corras.

La abrazó y siguió llorando. Isabel no supo qué hacer al principio. Sonrió, lo abrazó y lo besó y le secó las lágrimas. Lentamente le quitó la ropa y lo condujo a la habitación, donde también se desnudó. Emiliano seguía llorando. Ella, desconcertada, se acostó sobre él y comenzó a llorar y a hablar. Habló hasta que se quedó afónica, contándole todo su pasado.

Llorando los dos se abrazaron y se quedaron dormidos. Y vivieron tristes y juntos para siempre. Hasta que Emiliano se murió y ella se tuvo que quedar con el perro.

1 chismosos:

not mellowcita dijo...

chale...

necesito platicar más contigo, o seguiré desperdiciándote, caray.

uno no se imagina ni con quién vive...

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