ejercicio del clavo (soy nueva en esto)
-Cámara, me caso.
Lo dijo en voz alta mientras buscaba el clavo para colocar el cuadrito del dragón bordado que su hermana le había obsequiado. Pensaba ponerlo entre su cartel de Léon y su cuadro de Chagall.
Le sorprendió mucho tomar repentinamente esa decisión, porque había pasado toda su vida pregonando que no creía en el matrimonio. Pero para la familia de Santiago, su novio, siempre había sido importante lo que la gente pensaba. Recordaba la cara de sorpresa de su suegra cuando le había preguntado: -¿Qué no te preocupa el qué dirán de ti los vecinos cuando se enteren de que tus hijos son ilegítimos? Pobrecitos, ellos no tienen la culpa.
Le molestaba cuando chantajeaba a Santiago, pero no la toleraba cuando pretendía hacerlo con ella. Por respeto a él, se guardaba sus respuestas sarcásticas.
Lo conoció casualmente, un día que volvía cansada de la escuela. No era la primera vez que se veían, y se gustaban mucho, aunque ninguno había tenido el valor para hablarle al otro. Tropezaron en las escaleras del edificio, cuando ella entraba y él salía a dejar su basura en el contenedor. Por mirarla fijamente a los ojos, una de las bolsas de plástico se había atorado con el picaporte de la puerta, rompiéndose y dejando caer el contenido. Ella había tenido que rodear la basura, poniendo cara de asco y conteniendo mal su risa estruendosa. Santiago, incómodo e irritado por esa chispa burlona en sus ojos, le dijo: -Si quieres puedes reírte, ¡eh!
No aguantó más y soltó la carcajada. Santiago no supo qué hacer. Así que ella rodeó la basura y subió riendo a su departamento en el primer piso. Dejó su mochila, tomó unos guantes y una bolsa de plástico y bajó corriendo mientras seguía fluyendo la risa, para ayudar al atribulado Santiago, que recogía poco a poco lo que podía y torpemente lo volvía a colocar en la bolsa rota.
Él estaba muy apenado cuando terminaron, pero ella rápidamente le dijo su nombre entre carcajadas, y se despidió con un rápido “cuando quieras me puedes invitar a salir”.
Pensaba en la cara de Santiago cuando le daba su teléfono, mientras revolvía su caja de clavos, hasta que halló uno delgado, no muy largo: perfecto para su dragoncito bordado. Comenzó a martillarlo.
Entonces abrió los ojos y se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Escuchó los martillazos y supo que Santiago estaba clavando otro clavo para colgar algún otro cuadro de naturaleza muerta de los que a su suegra tanto le gustaba regalarles.
Rápidamente se levantó de la cama y se enfundó un pantalón negro y una camiseta que había usado el día anterior. Fue al baño y se lavó los dientes, pasó por un vaso de agua a la cocina. Descolgó su cartel de Léon, su Chagall, y tomó el cuadro del dragón bordado que Santiago no había querido colgar porque la pared ya estaba atascada, y le dijo: -Voy por unos cigarros.
Como pudo tomó su bolsa y las llaves del auto. Salió dando un portazo sin hacer caso a las lejanas palabras de Santiago que le decía extrañado: -Pero si tú no fumas.
Metió los cuadros a la cajuela y subió al coche, arrancó y se fue. Al llegar al primer pueblo buscó un teléfono y marcó el número del departamento de la planta baja, a donde se había mudado con Santiago después de salir durante un tiempo.
-¿Bueno?
-Hola, mi vida, nada más llamo para decirte que no te preocupes. Estoy bien, cuídate mucho, espero que encuentres una novia que le guste a tu linda mami. Te mando besitos, hasta nunca.
Colgó y reanudó la marcha. En el camino pensó que las relaciones duraderas no le iban y que la maldita suerte nunca la favorecía. Rogó que la próxima vez le tocara una suegra que no fuera insoportable y sonrió maliciosamente al recordar que antes de salir también había tomado la caja de clavos que con tanto celo guardaba el mandilón de su exnovio.
Lo dijo en voz alta mientras buscaba el clavo para colocar el cuadrito del dragón bordado que su hermana le había obsequiado. Pensaba ponerlo entre su cartel de Léon y su cuadro de Chagall.
Le sorprendió mucho tomar repentinamente esa decisión, porque había pasado toda su vida pregonando que no creía en el matrimonio. Pero para la familia de Santiago, su novio, siempre había sido importante lo que la gente pensaba. Recordaba la cara de sorpresa de su suegra cuando le había preguntado: -¿Qué no te preocupa el qué dirán de ti los vecinos cuando se enteren de que tus hijos son ilegítimos? Pobrecitos, ellos no tienen la culpa.
Le molestaba cuando chantajeaba a Santiago, pero no la toleraba cuando pretendía hacerlo con ella. Por respeto a él, se guardaba sus respuestas sarcásticas.
Lo conoció casualmente, un día que volvía cansada de la escuela. No era la primera vez que se veían, y se gustaban mucho, aunque ninguno había tenido el valor para hablarle al otro. Tropezaron en las escaleras del edificio, cuando ella entraba y él salía a dejar su basura en el contenedor. Por mirarla fijamente a los ojos, una de las bolsas de plástico se había atorado con el picaporte de la puerta, rompiéndose y dejando caer el contenido. Ella había tenido que rodear la basura, poniendo cara de asco y conteniendo mal su risa estruendosa. Santiago, incómodo e irritado por esa chispa burlona en sus ojos, le dijo: -Si quieres puedes reírte, ¡eh!
No aguantó más y soltó la carcajada. Santiago no supo qué hacer. Así que ella rodeó la basura y subió riendo a su departamento en el primer piso. Dejó su mochila, tomó unos guantes y una bolsa de plástico y bajó corriendo mientras seguía fluyendo la risa, para ayudar al atribulado Santiago, que recogía poco a poco lo que podía y torpemente lo volvía a colocar en la bolsa rota.
Él estaba muy apenado cuando terminaron, pero ella rápidamente le dijo su nombre entre carcajadas, y se despidió con un rápido “cuando quieras me puedes invitar a salir”.
Pensaba en la cara de Santiago cuando le daba su teléfono, mientras revolvía su caja de clavos, hasta que halló uno delgado, no muy largo: perfecto para su dragoncito bordado. Comenzó a martillarlo.
Entonces abrió los ojos y se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Escuchó los martillazos y supo que Santiago estaba clavando otro clavo para colgar algún otro cuadro de naturaleza muerta de los que a su suegra tanto le gustaba regalarles.
Rápidamente se levantó de la cama y se enfundó un pantalón negro y una camiseta que había usado el día anterior. Fue al baño y se lavó los dientes, pasó por un vaso de agua a la cocina. Descolgó su cartel de Léon, su Chagall, y tomó el cuadro del dragón bordado que Santiago no había querido colgar porque la pared ya estaba atascada, y le dijo: -Voy por unos cigarros.
Como pudo tomó su bolsa y las llaves del auto. Salió dando un portazo sin hacer caso a las lejanas palabras de Santiago que le decía extrañado: -Pero si tú no fumas.
Metió los cuadros a la cajuela y subió al coche, arrancó y se fue. Al llegar al primer pueblo buscó un teléfono y marcó el número del departamento de la planta baja, a donde se había mudado con Santiago después de salir durante un tiempo.
-¿Bueno?
-Hola, mi vida, nada más llamo para decirte que no te preocupes. Estoy bien, cuídate mucho, espero que encuentres una novia que le guste a tu linda mami. Te mando besitos, hasta nunca.
Colgó y reanudó la marcha. En el camino pensó que las relaciones duraderas no le iban y que la maldita suerte nunca la favorecía. Rogó que la próxima vez le tocara una suegra que no fuera insoportable y sonrió maliciosamente al recordar que antes de salir también había tomado la caja de clavos que con tanto celo guardaba el mandilón de su exnovio.
2 chismosos:
jajajaja qué buena onda
exitazo este primer experimento con... la narración de algo... ficticio, jajajajaja...
me lates, horrorosa
Está sensacional, Náix. Desde luego, por ahí le sobra un "de" y hay una expresión que tienes que modificar, pero es mínimo. Me encanta.
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